Uno de los dos tambos que cierran por día

Este fin de semana largo que pasó fui al campo de mis tios en Pergamino a descansar, andar a caballo y devorarme un par de libros bajo un sol de primavera que se terminó por escabullir detrás de unas nubes amenazantes.
Luego de la tormenta, un viento impacable nos visitó y despejó eficientemente el camino, por lo que me decidí a dar un paseo con botas en el barro, y haciendo un par de kilometros llegué a uno de los dos tambos que han estado cerrando en nuestra querida Argentina en los últimos tiempos. Primero, la fijación del precio de referencia, luego el arremetimiento de este gobierno para con el campo con una serie de medidas de restricciones a la exportación sobre el sector lácteo, es lo que ha dado lugar indefectiblemente a los remates y las clausuras de los tambos. Leerlo en los diarios es una cosa, la otra es verlo. Fue muy triste ver la imagen abandonada del tambo, donde se notaba que habìa habido inversiòn en infraestructura con gran esfuerzo en distintas etapas de una familia campera argentina, para que terminaran las maquinarias dejadas allì a la buena de Dios porque no habìa quien las compre, hasta el delantal blanco del tambero, peor que un pueblo fantasma, imagen de quien no pudo superar la frustración de perder a pesar del esfuerzo, del sacrificio, de la vocación por nuestra tierra propia de la gente de campo.

Se notaba allí, se respiraba en el aire la desilusión de los tamberos para con el Gobierno, no por haberlos ignorados, sino por haberlos sentenciado a muerte. Asì como se podìa oler todavìa la ricota de la pequeña fabrica abandonada se percibìa la impotencia de sus dueños por no poder defenderla para retenerla al menos un tiempo más hasta que pase el mal tiempo o los malos gobernantes.