Algo huele mal


Algo huele mal en Santiago de Cuba. Iba caminando por las calles, y en una esquina encuentro un gato muerto, en la siguiente un pájaro muerto ya putrefacto, hago unos pasos más y me topo con una rata muerta, no pude evitarlo y le saqué una foto, era ya insólito. Pero creanme que no es lo que peor huele en esta ciudad, la segunda de Cuba. Se siente en el aire el miedo de la gente de hablar, de comunicarse, diferente de la Havana, distante, más desprotegidos, se siembra diariamente el terror con interrogaciones y detenciones a menores de edad por parte de Seguridad del Estado, por el solo hecho de ser católicos y negarse a reconocerse comunistas, por el sólo hecho de haber salido en una foto con gente que aboga por los derechos humanos.
Aquel pueblo que había sido testigo del avance al cuartel de la Moncada por Fidel parece estar olvidada. Los edificios parecen estar más abandonados que los de la Havana y eso es decir mucho.
Llegué, fui a Misa a una pequeña Iglesia de la ciudad y me fui con un cura amigo al Cobre, a visitar a la Virgencita. En uno de los altares, con muchas velas prendidas, vi los ruegos dejados por las esposas, hermanas y madres de los presos de conciencia, pidiendo justicia. Estas mujeres, que podrían compararse con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayor dado que reclaman justicia para sus hijos víctimas de una dictadura son ignoradas por las argentinas que paradojicamente dan apoyo a un gobierno que en su momento justificó en Ginebra a los dictadores argentino de la década del 70. De cosas incomprensibles está hecho el mundo.

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